Hace ya un tiempo que llevo dándole vueltas al tema sobre el que voy a escribir. Pero no sabía cómo abordarlo ni qué enfoque darle, la verdad. Y aún no lo tengo muy claro, así que no sé qué acabará saliendo de mi cabeza. Es posible que todo lo que publico ahora, cambie o lo vea de otra forma más adelante.
Las relaciones sociales… son complejas cuando tu cabeza funciona de la manera “normal”. Y son todavía más complejas cuando tus pensamientos no se adaptan al resto que te rodea. Más que complejas, son diferentes.
Este año es el año de las comuniones en la clase de Iago. Y no le han invitado a ninguna. Y lo puedo entender, claro que lo entiendo. Pero me ha hecho pensar mucho. Y observarlo. Y fijarme más aún en su forma de ver el mundo que le rodea.
Porque aunque en un principio me parecía que las relaciones con su entorno eran más complejas o difíciles, no es así. Yo las veía así, pero al observarlo, me doy cuenta de que para él sólo es más difícil en casos muy puntuales. Sobre todo cuando falla la comunicación.
Pero tiene sus amigos dentro de su clase, de su edad. Que lo buscan y lo quieren con locura. Que hablan con él en la fila mientras esperan para entrar en el colegio. Y que juegan con él en el patio durante el tiempo de recreo. Con los que de vez en cuando quedamos fuera del entorno del colegio y con los que se da abrazos en cuanto se ven.
Y tiene sus amigos fuera de clase. Son sobre todo hermanos pequeños de la mayor. Con los que se lleva genial, con los que juega en casa y en el parque cuando se ven. Y con ellos no tiene ningún problema de comunicación, ya que han crecido juntos.
Y se relaciona con otros niños en el parque. Comparten juguetes y juegos, aunque ya en estos casos tenemos que ir a “traducir” un poco lo que dice, ya que la pronunciación es la que es.
Hace ya un mes que celebramos su cumpleaños. 9 añazos ya de vida, de sonrisas y lloros, de alegrías y enfados. Pero, sobre todo, de aprendizaje. Y me llama mucho la atención que tiene muy claro a quién quiere invitar de su clase. Si le dejo, pone en la lista a la mitad de la clase. Le llega con que la última semana haya jugado el niño o niña con él, entonces ya está en la lista.
Ahí es donde yo pongo un poco el filtro y tiro de lo que veo. Y sé perfectamente quién va a estar en esa lista. Serán los de siempre. Alguno más este año seguramente. Pero me gusta que tenga gente que lo apoye y sepa llevarlo, ya que no es fácil en ocasiones. Y me gusta que sea gente “normal”. Y lo pongo así, entre comillas, ya que normal no hay nadie. En este mundo todos somos distintos, diferentes, y debemos saber adaptarnos y respetar al resto.
Pero sí que es cierto que las relaciones que tiene no son como las que ha forjado su hermana a lo largo de los años con las que son sus amigas. No tiene el mismo concepto de amistad que el resto, no tengo claro siquiera que entienda lo que es la amistad con alguien. No sé si será capaz a lo largo de los años de establecer una relación con alguien profunda, de comprensión, no solo de juego. Si llegará a tener a alguien fuera de la familia con quien contar, a quien llamar cuando le pase algo, bueno o malo. Con quien compartir una experiencia. Y eso es lo que me entristece y me asusta.
Y aquí lo dejo, porque ya me pongo sentimental y me sale la lágrima fácil. Y no quiero eso. Quiero alegrarme de que tenga amigos a los que invitar a su cumple. Y de que lo inviten a él a algún cumpleaños también de vez en cuando. De saber que puede jugar y compartir, a su manera.
Nuestro niño de la sonrisa eterna.