Cuando Iago nació, nuestra hija mayor, que solo tiene 23 meses más que él, tuvo que madurar de golpe.
Llegaba el pequeño, pero no llegaba sano del todo. Hubo complicaciones en el parto, cesárea de urgencia, mucha espera para poder cogerlo en brazos. Una pesadilla. Una pesadilla que ella no entendía y que intentamos que le afectase lo menos posible.
Y luego ya en casa, vómitos recurrentes, avances que no sucedían. Nuevas pesadillas. Sin saber a qué era debido. Y que intentamos normalizar un poco por el bien de todos.
La mayor jugó poco con muñecas de pequeña. Pero aún se me encoge el corazón cuando recuerdo verla jugar a que comían y vomitaban, y luego limpiaba el suelo. Y las ponía en posición de seguridad para que no se ahogasen. Muy duro.
Te dirán que hay muchos libros de lectura, gráficos, donde poder ir contando poco a poco que su hermano es distinto.
Pero no es raro, es diferente, lleva una evolución distinta al resto, no estandarizada. Y así lo enfocamos sin hablarlo entre nosotros.
Iago creció con su hermana y con sus amigos. Con los hermanos de sus amigos. Y nunca tuvo problemas para hacerse entender. Para jugar con otros niños. Sobre todo con los que creció y lo acompañaron en el viaje.
Cuando empezó el cole, coincidía en el patio con la clase de su hermana. Y ahí fue cuando la mejor amiga de la mayor se dio cuenta de que Iago era distinto. Nunca lo había visto así, pero vio que no hablaba como el resto de los niños de su clase. Y no le dio mayor importancia. Iago no habla, ya lo hará.
Ahí fue cuando me di cuenta de que las limitaciones las pone la sociedad, no la familia, ni los amigos, ni el colegio.
- Las ponen quien le mira raro cuando lo oyen hablar.
- Las ponen quien le mira raro cuando le ven manejar algo con las manos de manera torpe.
- Las ponen quien le mira raro cuando le ven jugar a algo que ellos no entienden.
- Las ponen quien le mira con pena porque no va a poder acabar el sistema educativo. Y no lo acabará de manera estándar, porque no está preparado para su ritmo, para sus limitaciones propias de adquirir conocimientos. No porque él no pueda, sino porque no está ni estará adaptado a sus limitaciones.
- Pero le dan alas sus amigos, quienes le quieren con locura y le acompañan en sus juegos. Que ellos entienden y les gusta que sea así.
- Pero le dan alas sus terapeutas, quienes celebran cualquier pequeño logro que consigue. Cualquier avance es importante porque avanza, no porque lo hace en un determinado momento cuando la sociedad considera que tiene que ser.
- Pero le dan alas sus abuelos, que cada vez que le ven, sufren sus abrazos y sus locuras con mucho amor.
- Pero le dan alas sus tíos, cuando hablan con él como con cualquier otro.
- Pero le dan alas sus hermanas, cuando comparten tiempo con él, haciendo lo que sea. Saltando en la cama elástica o corriendo a lo loco por el jardín. Jugando con la pelota o jugando a las cartas. Da lo mismo, es tiempo de calidad que aprecia como nadie, aunque ellas no son muy conscientes de ello.
Ahora tenemos que ver cómo le explicamos a su hermana pequeña que Iago es distinto, diferente a sus amigos, que va a haber cosas que logre hacer antes que él, pero no por ello es mejor. Aunque creo que no se lo tendremos que explicar, al igual que con la mayor, ella misma se dará cuenta de que su hermano, al que adora y vuelve loco, es distinto y va a otro ritmo distinto, al suyo.
Todos somos distintos, somos diferentes y avanzamos a nuestro ritmo. Aunque sea más lento o más rápido. Avanzamos.